martes, 19 de mayo de 2009

Barcelona

Este fin de semana pasado estuve en Barcelona. Hacía bastantes años que no iba y me encantó volver a verla. Aprovechamos el cumpleaños de mi mujer (me dió una sorpresa; ella sabe) y lo celebramos allí. Tan cosmopolita, tan europea, tan bonita como siempre. Volví a redescubrir algunos lugares ya conocidos, pero que me volvieron a cautivar. De entre todo, el puerto. La transformación que ha sufrido esa parte de la ciudad desde la última vez que la visité ha sido tal, que el paseo que dí por sus alrededores con mi mujer me hizo rejuvenecer varios años. Tuve una sensación de felicidad y de bienestar que me quedará en el recuerdo.

En contra de lo que presuponen muchos andaluces incultos, sus gentes son amables y de trato cordial; no hemos tenido ningún problema con nadie y eso que nos hemos pateado la ciudad de cabo a rabo. Los catalanes los hay como en todos lados, buenos y malos; en la misma proporción que en Sevilla o Cádiz, por poner un ejemplo.

Varias cosas de Barcelona me llamaron la atención, pero de entre ellas, dos especialmente. La primera: En todo el extenso perímetro que recorrimos, no ví ni una sola cuba con restos de obras. La segunda: No he visto ni "canis" ni "pijos". Juro que no ví ninguno de estos dos tipos, y mira que vi gente.

Por lo demás, todo muy propio de esa ciudad, pensada y diseñada para el futuro, con sus calles limpias y sus anchas avenidas. Como botón de muestra diré que el aeropuerto es inmenso. Pues bien, según el proyecto del nuevo, va a ser el doble de grande.

Por cierto, una anécdota: Tan sólo cogimos dos taxis, y los dos taxistan eran del Real Madrid. ¡Fuera tópicos!

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