
Hace días, me dijeron que Anita y Miguelín preguntaron por ese personaje que vive en mi casa, que es como de la familia y atiende al nombre "Luisma".
Digo atiende y digo bien, pues cuando lo llamamos o le hablamos pronunciando su nombre nos mira y nos atiende con más atención que la inmensa mayoría de las personas con las que hablamos, pues éstas, presas de la neurosis colectiva que les aturde, no tienen más atención que para ellas mismas. Cada uno va a su bola y nadie escucha a nadie.
Luisma no sólo te mira atentamente, sino que tiene una capacidad que cada vez es más escasa en el ser humano: Luisma se comunica con nosotros. Distingue perfectamente los silbidos de mi hijo Daniel y el mío; nos contesta cuando le hablamos o le silbamos; nos monta un auténtico ritual alrededor del fregadero cuando quiere darse un baño; imita perfectamente la conexión de la alarma de un coche; o bien le desmonta cada vez que quiere a mi hijo algo que le llama mucho la atención: una cadena de oro.
Me encantan los animales pero jamás se me ocurriría fantasear y atribuirles características o cualidades propias de los humanos. Por eso, me atrevo a afirmar sin pudor que Luisma emite silbidos peculiares y propios para cada una de las situciones que vive a diario: cuando le limpiamos la jaula; cuando abrimos la bolsa de su comida; cuando salimos y tenemos que dejarlo solo en casa, etc. Pero tiene un silbido especial, y es el que emite cuando le abro la puerta de su jaula y lo llamo desde la otra punta de la casa. Luisma bate a toda velocidad sus alas, me va buscando dando rápidos vistazos por las habitaciones y, cuando me localiza, se posa en mi hombro, me mira fijamente y emite tres silbidos seguidos que, juro por lo más sagrado y reto a quien quiera a que lo oiga, me dicen claramente y de corazon: "¡¡Hola, tío; no sabes lo que me alegro de verte!!
1 comentario:
si me lo juras por lo mas sagrado,,,,, no te creo
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