
¿Has intentado alguna vez realizar una faena de bricolaje mediante la sustitución de alguna pieza averiada? Da igual que se trate de un interruptor, de una pieza de la plancha de vapor o de la cisterna del cuarto de baño. El caso es que parece que hay una conspiración entre todos los fabricantes para que te vuelvas loco buscando piezas que no encuentras, porque las que las sustituyen tiene otro formato, diseño o tamaño.
El viernes no pude encontrar en los almacenes más especializados de la ciudad una simple pieza del regulador de la ducha. Seguro que encuentro antes una cabeza nuclear. El empleado del último almacén en el que pregunté intentó justificar la situación explicándome que es lógico que los fabricantes de cada marca den una forma distinta a las piezas que fabrican para que los demás no las copien. Toma ya. ¡Coño! ¡Que estamos hablando de una simple pieza de plástico que queda semi-escondida en el mando de la ducha y que cuesta menos de un euro!
Uno comprende la picaresca de las empresas, consistente en ir modificando piezas para que, al menor contratiempo compres un aparato nuevo en vez de arreglarlo. Pero entonces hay algo que chirría en mi cerebro: ¿para qué fabrican millones de piezas de repuesto que van invalidando en menos plazos de tiempo que lo que suele durar el objeto; por ejemplo un electrodoméstico?
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